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 Hace muchos años, vivía en Marruecos un rey un tanto enojón, parecido a ese de los antiguos griegos, que impuso ciertas normas en contra de los iehudim. ¡Siempre lo mismo! Que no podían leer la Torá, que no podían honrar el Shabat… y que no podían celebrar Janucá ni encender las velas de la janukía.
  Era el mes de kislev, Janucá estaba próxima. A pesar de las imposiciones del rey, los iehudim, se preparaban para la gran celebración de Jag HaUrim. La “Fiesta de las Luminarias”: limpiaron y lustraron las janukiot, y pusieron en ellas preciosas velas nuevas.
  También en el templo central de Marruecos los preparativos estuvieron a la orden del día: también allí se encargaron de preparar la gran janukía, lustrarla y pulirla para su encendido. Era ésta una janukía de bronce muy hermosa, obra de un artesano, adornada con pajaritos, flores y citas de la Torá.
  Erev Januká. En el templo, el shamash observaba la imponente janukíá mientras, para sus adentros, entonaba los versos del “Al hanisim veal haniflaot…” y los iehudim comenzaban a llegar. Todo estaba preparado para la celebración. De pronto, a través de la ventana, se escucharon las voces de los soldados del rey que exclamaban:
  - “¡Por ordenanza de su majestad, el rey de Marruecos, queda terminantemente prohibido encender la janukía!”
  Desde ese momento, la guardia real clausuró el templo y apostó un guardia permanente en la puerta, ara asegurar que nadie entrara ni pudiera encender la jaunkiá. Así, toda la alegría de la gran celebración de Janucá se transformó en un enorme y oscuro pesar...
  De pronto, desde adentro del templo cerrado, oscuro, desolado, emergió una gran luz, ¡la luz de la janukíá! Sorprendidos quedaron los soldados del rey al ver semejante cosa, ¿Cómo podía ser que la janukíá estuviera encendida? Inmediatamente corrieron a darle aviso al rey acerca de lo sucedido, y éste decidió duplicar la guardia en el lugar.
  Durante la segunda noche, a pesar de los recaudos del rey y sus guardias, el milagro volvió a ocurrir: nuevamente un halo de luz iluminaba a través de las ventanas y todo relucía en el interior del templo. Esta vez eran 2 las velas encendidas de la janukiá. Temerosos ante estos extraños sucesos, fueron los soldados a contarle a rey. Esta vez la guardia real se cuadruplicó.
  La noche de la tercera vela llegó. El templo estaba completamente rodeado de guardias cual muralla humana, y a pesar de ello, tres velas se encendieron y su luz se propagó por todo el templo.
  Lo mismo ocurría cada noche de Janucá; por más soldados y guardias que el rey enviaba, las velas de la jánukiá se encendían y maravillosamente todo lo iluminaban.
  Era la octava y última noche del jag. Del templo brotó una luz intensa, la luz de las ocho velas de la janukiá. De pronto, se abrió la puerta y salió, con paso débil y cansado, un pequeño niño. Era el hijo del shamash. Inmediatamente los guardias lo capturaron y lo llevaron frente al rey.
  Observó el rey al pequeño niño pálido y delgado que estaba frente a él y le preguntó:
  - ¿Acaso no escuchaste mis órdenes?
  El niño levantó su mirada y respondió
  - Señor rey, yo sólo quería encender las velas de Janucá.
  - ¡Prohibí a los iehudim encender las velas!! - gritó el rey enfurecido.
  El niño con voz suave dijo:
  - No podemos festejar Janucá a oscuras. Es triste Janucá sin velas. Todos los años se enciende la janukíá y el templo se llena de luz y de alegría. Cada año las velas iluminan y mi padre nos cuenta acerca de “los milagros y las maravillas”.
  - ¿Y cómo entraste al templo que tan cerrado y custodiado estaba?
  - preguntó curioso el rey.
  - Cuando escuché la noticia de que cerrarían el templo y las velas no podrían encenderse, decidí quedarme escondido en su interior para así poder encender cada noche las velas…
  Miró el rey el pálido rostro del pequeño y valiente niño admirando su valentía. Luego ordenó a los soldados que llevasen al niño a su casa.
  El niño fue recibido en su casa con gran alegría, y desde ese día, el rey de Marruecos permitió a los iehudim celebrar Janucá, con luz y alegría y la janukiá de bronce brilló con luz propia.
Adaptación del cuento “Hajanukiá sheló dalká”, de Meira Inbal

 

Una janukiá con brillo propio

Propuesta didáctica
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