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¿Por qué encendemos velas durante los ocho días de Janucá? 

La janukiá es el símbolo más representativo de la festividad de JANUCÁ.

A continuación, nos aproximaremos a los hechos históricos que dieron origen a esta costumbre, a partir del relato imaginario de uno de sus protagonistas.

 

 

La historia de Shimón Hamacabí

 
Shimón Hamacabí atravesó el túnel del tiempo y llegó hasta nuestros días… y esto es lo que nos contó:

Janucá se acerca y toda la gente se emociona; janukiot, sevivonim… Hace más de dos mil años también nosotros festejábamos Janucá. De hecho, fuimos los primeros en festejarla. Pero entre nosotros, en aquella época, era totalmente distinto; la fiesta llegaba después de unos días terribles. Y esto es lo que ocurrió…

… Mi nombre es Shimón, y soy uno de los cinco hijos de Matitiahu. Vivíamos en la aldea Modiín. Éramos una familia de Cohanim, y nuestro padre era el líder de la aldea. Los griegos gobernaban en ese momento en Eretz Israel. Tenían otra religión y otras costumbres y nos obligaban a respetarlas como propias.

Ellos nos prohibieron cumplir con los preceptos de la Torá, nos prohibieron respetar el Shabat, cuidar las leyes de kashrut, cumplir

con el brit milá, y otras cosas más. Mi familia, obviamente, no estaba de acuerdo en cumplir con las reglas del rey griego Antioco, por lo que cumplíamos con nuestras propias leyes en secreto.

Pero nuestra situación se complicó. Un día llegaron soldados griegos a Modiín y erigieron allí una estatua y un altar paganos. Luego le exigieron a mi papá rendirle un homenaje al dios griego Zeus frente a toda la aldea. Y no por casualidad eligieron a mi papá; sabían que él era un ejemplo para muchas personas. Pero claro, lo que los griegos querían, justamente, era mostrar cómo el gran Matitiahu, el Cohén de la aldea, rendía homenaje al dios griego para que luego todos hicieran lo mismo que él. Le prometieron mucho dinero a cambio y regalos si accedía a hacerlo. Mi padre se enfureció y se negó rotundamente a profanar su fe, pero un aldeano judío se acercó dispuesto a cumplir con las exigencias de los soldados. Papá sintió que ese acto era como una rendición, una bajada de guardia por parte de los judíos, y que nuestra religión y cultura estaban en peligro y nuestro pueblo desaparecería si él accedía a cumplir con las leyes de la religión griega. Entonces, mi padre se alzó contra el aldeano y lo mató…

Observé lo sucedido, y aunque estaba orgulloso por la lealtad de mi padre, me invadió el pánico: en aquel momento supe que, de ahora en más, nuestra vida estaría en peligro. Nos vimos obligados a abandonar la aldea. Ese mismo día también tomamos la decisión de luchar contra los griegos y comenzamos a prepararnos para la rebelión. Convocamos a muchos judíos, pero aún así, los soldados griegos eran muchísimos y contaban con gran cantidad de armamento. De todas formas estábamos confiados en ganar la batalla por más dura que fuera.

Fueron días muy difíciles, días oscuros, pero también días de luz y esperanza. Por un lado nos preocupamos. ¿Qué será de nosotros? ¿Cómo podría un puñado de judíos luchar contra un ejército tan grande? Por otro lado, la realidad no nos daba alternativa: debíamos, sí o sí, luchar, y esperábamos poder entusiasmar a los demás en aquella lucha. Confiábamos que, con fe y esfuerzo ganaríamos, que veríamos la luz al final del camino y que volverían a nosotros los días de esperanza.

Lo cierto es que la rebelión triunfó, y después de varios días de arduas luchas, llegamos a Ierushalaim. ¡Qué triste fue ver el estado calamitoso del Beit Hamikdash! Los griegos lo habían profanado y habían destruido todos sus objetos sagrados. Inmediatamente procedimos a limpiar, a reparar las roturas y a reacomodar los ornamentos.

Quisimos festejar con todo el pueblo el triunfo del bien por sobre el mal, de las fuerzas de la luz por sobre las fuerzas de la oscuridad. ¡La casa de D’os había vuelto a nuestras manos! Celebramos la reinauguración del gran y maravilloso Templo. Encendimos la menorá con el escaso aceite que conseguimos y que milagrosamente alcanzó para que el fuego ardiera durante los ocho días de festejo.

Cuando vi las luces de la menorá brillar, sentí que nuestro corazón se abría, que alejamos la oscuridad y que la luz volvía a nuestras vidas.

 

 
Propuesta didáctica
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