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@Gafi Amir

“Quería saber si estabas vivo[1]

  Amós llegó a la oficina para mostrarnos a su nuevo bebé. De todos los rituales que hay en los lugares de trabajo, este es el más raro que conozco. La contaduría en pleno, con el agregado de Tali -la secreta-ria de Amnón- y la telefonista de abajo, lo rodearon, mientras todos aullaban como gatos.

   - Nu, ¿cómo es ser padre? -preguntan todos. Él comienza a esbozar una amplia sonrisa, seguramente comenzará a detallar, pero en el medio de la alegría irrumpe Sharón en la oficina.

   - ¿Escucharon? –dice- ¿Escucharon?

     Amós acaricia al bebé y mueve la cabeza a un lado y al otro.

   - Díganme, ¿qué será de nosotros? -se interesa la telefonista. Parece que nadie sabe, ya que todos miran estupefactos y afligidos las puntas de sus zapatos, sin poder creer lo que pasa.

    Yo decido dejar de reflexionar por un segundo sobre mí misma, para canalizar al menos por un momento ese torrente ininterrumpido de pensamientos hacia todas esas personas, pero la única cosa sobre la que puedo pensar es… ¡Ay!, Guil. Necesito saber dónde está Guil.

    Hace tres días que nos separamos. Es tan penoso escuchar eso y pensar en Guil.

   - Necesito telefonear a casa -dice Tali.

La de la contaduría sale corriendo tras ella.

   - Mi novio acaba de dejarme -le explico afligida a Amós.

   - Debés separar lo privado de lo público -opina.

La de la contaduría asoma su cabeza por la puerta.

   - Gracias a Dios, mi marido aún no salió de la oficina -dice y, mirando directamente al bebé, agrega: -¡Ay!, tengo escalofríos.

    En mi camino hacia abajo paso por el baño. Justo detrás de mí entra Nela. Me fijo en el traje que usa y en los tacos que lleva, mientras ella mira desconfiadamente mis calzas.

    - ¿Escuchaste? –pregunta- ¿Escuchaste lo que pasó?

 Yo tironeo del papel de la máquina y Nela se para en puntas de pie para revisar que no le haya quedado lápiz labial en los dientes.

   - Espantoso, ¿no? -dice y se va.

    Tali me lleva a casa en su auto, pero es un viaje fatal. Durante todo el camino ella se lo pasa tamborileando con sus dedos sobre el tablero y mirando fijamente el parabrisas con la vista congelada, mientras en la radio suenan canciones tristes.

   - No se puede creer, simplemente ya no se puede comprender -dice y disminuye la velocidad.

    Cuando entro a casa, empieza a sonar el teléfono.

   - Hola, ¿ya escuchaste? -es Mijal- ¿Estás bien?

   - Sí, no. Recién entro. Hace tres días Guil me abandonó.

   - Encendé la CNN - dice, ocupada como para seguir conversando-. Voy a telefonear a Irit.

    - Está bien, gracias.

    Arrastro mis pies hasta el televisor, tratando de pensar en otra co-sa, fuera de mí misma y mis sentimientos. Me pregunto qué es lo que él estará haciendo en este mismo momento y que no me conviene llamarlo por teléfono. Sé que ahora mismo hay gente mucho más desgraciada que yo y trato de desentenderme por un momento, por lo menos por un momento, de mí misma. Intento, por un segundo, detener la vida, silenciarla, pensar en otra cosa. Afligirme de verdad. Como si fuera posible.

    Dos minutos más tarde pienso que estaría bien telefonearle para saber si está muerto. Eso no me hace quedar como una tarada, en un día como este.

    Él no se murió. Justamente está preparando una tortilla, pero que-da claro qué es lo que piensa cuando le pregunto cómo está.

    – ¿Cómo puedo estar? -dice, lo que me estimula un poco, pero en-tonces agrega-, en un día como hoy.

                                               Traducción: Tamara Rajczyk

[1] Fragmento. Publicado en el diario Yedioth Ahronot, 03/05/1998.

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