

Análisis de la obra
Gafi Amir pinta una situación rutinaria en una oficina: uno de sus empleados lleva a su bebé recién nacido para “presentarlo en socie- dad”. Aparecen los típicos compañeros de trabajo, como los hay en cualquier parte del mundo. La autora describe los detalles más insigni-ficantes, las actitudes y palabras cotidianas, la vestimenta. Todos com- parten la alegría de un nacimiento, felicitan al flamante padre por el comienzo de esa nueva vida.
De golpe irrumpe la realidad más violenta. No se sabe qué pasó, pe- ro todos lo suponen, y aunque la palabra “atentado” no se menciona en ningún momento, todos los protagonistas del cuento entienden que de eso se está hablando: “¿Escucharon?”, pregunta alguien; "Díganme, ¿qué será de nosotros?”, pregunta otra; “¿Escuchaste lo que pasó?”, in- quiere alguien más. Nadie tiene respuestas para estas preguntas. Y to- dos desean comunicarse con sus seres queridos para saber si están bien.
Como en “Iom Hazikarón” o en “Iom Hashoá”, también ese día en la radio suenan canciones tristes en hebreo. Es una señal de que el aten- tado ha sido grave, de que hay muchas víctimas. Esa es la banda sono- ra que acompaña el ánimo de los habitantes de Israel que encienden los televisores para mirar los noticieros locales e internacionales.
En cualquier país, lo que pasa en la esfera pública influye en mayor o menor medida en lo que cada uno vive en su pequeño mundo pri- vado, pero en Israel podríamos decir que el límite entre ambos mun- dos es más delgado aún. Así, observamos en el cuento que la narra- dora está afligida porque su novio la abandonó, sufre por un amor contrariado y no puede establecer ningún sentimiento de empatía con las víctimas del atentado. Se da cuenta de ello y lo expresa con abso- luta sinceridad: “trato de desentenderme por un momento, por lo me- nos por un momento, de mí misma”. Finalmente, el atentado le ofrece la excusa perfecta para llamar por teléfono a su ex. Quiere saber si le pasó algo, entablar nuevamente algún tipo de diálogo con él. Sin em-bargo, él no le da lugar, simplemente expresa lo que siente en un día como ese. Él sí puede identificarse con las víctimas, con los heridos y familiares que están atravesando esa terrible situación. Acaso la pro- tagonista tendría que oír el consejo que le da el padre del bebé, su compañero de oficina: “Debés separar lo privado de lo público”…
Por último, este cuento pone sobre el tapete la siguiente reflexión:
A menudo, las situaciones de catástrofe – desde las naturales como terremotos, inundaciones, etc., hasta las provocadas por el hombre, como guerras o atentados-, más allá del terrible daño que causan, generan ciertos “efectos secundarios positivos” en la sociedad. Así, suele ocurrir que en muchísimas personas aflora una veta solidaria y acuden a colaborar en y con lo que pueden para paliar las conse- cuencias del desastre. La joven experiencia de vida del Estado de Is- rael demuestra que, ante un escenario de peligro inminente o consu- mado, las diferencias ideológicas, sociales o económicas se dejan a un costado, la sociedad se une y la gente se solidariza de múltiples mane-ras. La sensación de gran familia, de destino común y de que “todos estamos en un mismo barco” prima por sobre todas las cosas. Por eso, la reacción inmediata de la gran mayoría de la gente ante un atenta- do, por ejemplo, como leemos en el cuento, es llamar por teléfono a los integrantes del “grupo familiar sanguíneo” para saber si están bien, pero también encender el televisor y escuchar las noticias, por la pre- ocupación genuina que la gente siente por el “grupo familiar nacio-nal”, que es Israel.
@Gafi Amir
“Quería saber si estabas vivo”
