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  Mi tío Egón es un buen judío. Pero eso no significa que sea sionista.

  Cuando emigré a Israel, cinco años atrás, él justamente viajó a Nueva York, en los Estados Unidos. No por animosidad hacia Israel sino, por alguna razón, creía que un comerciante avezado como él solo tenía que descender del barco y los dólares empezarían por sí mismos a rodar hacia sus bolsillos. Y eso fue exactamente lo que sucedió.  

  ¿Qué opción nos quedó? Le escribimos enojados que aquí las cosas no eran tan fáciles, pero que no nos faltaba nada. ¿Qué opción le quedó a él? Dejó de enviarnos encomiendas.

  Las contradicciones entre nosotros se agudizaron cuando el año pasado visitamos “nuestro gran amigo”, los Estados Unidos de Améri- ca.  

  Mi tío Egón nos hospedó en su hermosa casa y nos brindó todo su afecto. De verdad. Únicamente la cuestión de Medio Oriente nos se- paraba. Es decir, mi tío no se corrió ni un milímetro de su postura neutral con respecto a Israel:

  -Yo aporto cada año –dijo-, pero realmente no entiendo qué tienes allí, que yo no tenga aquí.

  -Me siento excelentemente allí –afirmé.

  -Yo también aquí –dijo Egón-, entonces, ¿cuál es la diferencia?

  -Yo vivo entre dos millones de judíos.

  -Yo también.

  -Pero en Israel, ¡nuestro presidente es judío!

  -Bueno, cuando quiera ser presidente iré a Israel.

  Aproximadamente a esta altura de la discusión solíamos separarnos, con una sensación de mutuo desprecio. Sin embargo, esto no arruinó la buena relación entre nosotros. Al contrario, cuando fui invitado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de mi tío Egón a presenciar el desfile militar en el Día de la Independencia de los Estados Unidos, él me acompañó emocionado por el honor que le cayó en suerte gra- cias a mí.

  No pretendo herir sentimientos patrióticos, pero hay que reconocer que los norteamericanos también saben organizar desfiles. Durante un rato largo conté las orquestas militares, pero cuando llegué a cincuenta, me cansé.

  Mi tío aplaudía con cortesía:

  -¿Nu? –preguntó- ¿Cómo estuvimos?

  -Nada mal –balbuceé-, nada mal.

  Seis horas después, al final del desfile, tronaron sobre nuestras cabe- zas unos cuatrocientos aviones Jet de todo tipo. Mi tío Egón miró ha-ia arriba asombrado:

  -¿Ves? –preguntó alborozado.

  Quise responderle algo adecuado, pero no supe qué.

 

***

 

  Este año ocurrió un milagro: mi tío Egón vino a Israel. No especial- mente, ¡Dios no lo permita! Estaba haciendo un recorrido por Europa y pensó: “¿Qué tal si me hago una escapada para ver también a mis parientes?”. Esta vez, él era huésped del gobierno y gracias a él pude gozar del honor reservado a los turistas en el día del desfile.

  El orden era ejemplar. Es decir, anduvimos a pie unos veinte kiló- metros mientras el sol ardía con fuerza, los sitios en la tribuna eran totalmente incómodos y además, su precio era exagerado. Mi tío se contuvo y no dijo ni una palabra. Estuvimos sentados una hora y me- dia en medio de un ambiente denso. Cuando presentaron las bande- ras, mi tío Egón aplaudió. Cuando aparecieron sobre nuestras cabe- zas ocho cazabombarderos Mystère, mi tío alzó la vista y sus ojos comenzaron a lagrimear. Cuando pasaron los cuatro helicópteros ya lloraba como un niño.

  -Tío –le dije-, esta es la diferencia…

[1] En Hakol talui, 1961.

@Efraim Kishon

“¿Cuál es la diferencia?[1]

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