


@Avital Keshet
“Mentirle al abuelo en Shabat”[1]
Cuando el abuelo viene a visitarnos a Israel me pasea por la costa de Hertzlía como si yo fuese un pequeño cachorro.
- ¿Ustedes respetan el shabat? –pregunta.
- Respetamos, respetamos –miento con determinación, de acuerdo al pedido de mamá.
- ¿Encienden las luces?
- ¡No, qué va!
- ¿Cocinan?
- Mmm… ¡No!
- ¿Viajan?
Estoy harta de mentirle. Quisiera reconocer ante él que en shabat via-jamos a la playa y allí papá me cubre hasta el cuello con arena ca-liente, me deja así, envuelta en granitos y se va a sumergir su promi-nente abdomen en el mar. Después, juega con mamá a la paleta.
¿Qué se sentirá al respetar el shabat?
Nuestra vecina Lea respeta el shabat y gracias a ella me compraron un vestido con volados y zapatos negros de charol. También, a pedido mío, mamá transformó mis rulos salvajes en bucles brillantes y así, los sábados invernales, salgo inmediatamente después del encendido de las velas y siento algo de las prohibiciones impuestas sobre las que ha-bla el abuelo. En erev shabat, Lea y yo corremos al beit hakneset y allí nos entrenamos en rezar tefilat Shmone esre y en cantar. Cuando re-greso a casa, mamá enciende los fósforos de una caja azul, sobre la que está impresa la marca Nur, y calienta una buena comida para to-dos. Rápidamente me olvido de la santidad de ese día, parecido al sha-bat, y de todo lo que conlleva: ¡tengo hambre! Y cuando uno tiene hambre, ¡está permitido comer!
- ¿Dices Shema Israel? –el abuelo vuelve a preguntar y esta vez no miento.
- Sí, sí y también Hamalaj hagoel.
De tantas mentiras, ya dejé de ver el mar, dejé de diferenciar la ple-amar de la bajamar y lo único que me atrae son los ojos azules del a-buelo y su cabellera blanca. El intenso viento que irrumpe en la playa blanquea mis mentiras, mientras envuelvo mis pensamientos, los aprieto con fuerza alrededor del frío desnudo que cala cruelmente mis tiernos huesos.
Cuando regreso a casa, al atardecer, mamá se interesa por lo suce-dido:
- ¿Preguntó…?
- Sí y le mentí – respondo.
Mamá suspira con alivio.
Cuando el abuelo murió no sentí pesar, solamente alivio, ya que mis días de oscuras mentiras habían concluido.
Ahora lo extraño, con un retraso de muchos años. El dolor me golpea los bordes del estómago y estremece mi pecho. Una pequeña y espan-tosa sensación de culpa acompaña las profundidades de ese dolor re-primido, como si fuese parte de un paquete general que contiene su recuerdo.
Esta noche me dormí como si fuese una bolsa de papas, ni siquiera dije el Shma Israel. Ya no miento… Respeto el shabat… No solamente por él.
Bendita sea su memoria.
[1] Relato publicado en http://blogs.bananot.co.il/