

Análisis de la obra
Este fragmento es parte de la primera novela de Ioram Melcer, una novela autobiográfica, que él mismo presenta: “Jibat Tzión es un pequeño moshav a 4 km. de la ciudad de Hadera. Allí se asentaron mis abuelos cuando llegaron a Israel desde Argentina y allí llegué con mi familia en el verano de 1972, después de haber pasado varios años en Honduras. Mucho tiempo después comprendí que ése había sido el último verano idílico de Israel: el verano siguiente estuvo plagado de atentados, tensión política y posteriormente estalló la Guerra de Iom Kipur. En lo personal, en ese verano en el moshav pude disfrutar de un ambiente pastoral y de mi abuela, que moriría unos meses después, a los 60 años. El libro relata, a lo largo de sus 42 capítulos, aquel verano maravilloso en el que yo solo tenía 9 años y está relatado desde el punto de vista de ese niño que fui. Cada capítulo está centrado en algún objeto, un momento o un ser humano de ese paisaje, ya que creo que si no lo narraba, todo se iba a esfumar y no hubiese quedado nada de todo ese mundo”.
Es con la mirada de ese niño que el protagonista trata de comprender la frase con la que lo recibe su abuela: “En este país no hay ladrones”. ¿Es verosímil? ¿Es acaso posible que en el Israel de principios de los setenta no hubiese nadie que robara? El narrador ya adulto indaga acerca del móvil que llevó a la abuela a realizar semejante aseveración, y llega a la siguiente conclusión: En un país como Israel, que vive un conflicto bélico permanente -con épocas de mayor o menor intensidad- la abuela elige referirse a los ladrones, un tema relativamente menor en ese contexto.
La realidad posterior a la llegada de aquel niño contradice la tranquilidad que intenta infundir la abuela: se produce un atentado terrorista en el aeropuerto, el mismo lugar por el que pasó el niño con su familia, hay episodios sangrientos contra israelíes en otras partes del mundo, estallan artefactos explosivos y después, la guerra. Israel no parece ser el lugar soñado en el que se asentarían los judíos del mundo, encontrarían refugio y construirían su hogar, según los postulados del movimiento sionista. Pero, a diferencia de otros países, siempre según la abuela, no tiene ladrones.
Este cuento nos propone contrastar la realidad con el imaginario que los judíos del mundo se hicieron de la “tierra prometida”, una tierra en la que “fluye la leche y la miel”, tal como está escrito en la Torá[1]. Una tierra en la que existe una espiritualidad mayor a la de cualquier otro país. Pero… ¿es esto así? ¿Es Israel un país diferente?
Hoy en día, la tecnología nos permite conocer la realidad cotidiana de lo que pasa en Israel y actualizarnos accediendo a periódicos, portales y noticieros. Podemos hablar a través de diferentes medios con parientes y amigos que comparten con nosotros lo que viven a diario y hacernos una imagen cabal de que, además de la dura realidad del conflicto bélico, en Israel sucede más o menos lo mismo que en cualquier otra parte del mundo.
Pero no era así en la época de las cartas que llegaban por barco y tardaban por lo menos un mes, ni cuando nos enterábamos por diarios locales de sucesos acaecidos unos días antes, ni cuando hablar por teléfono era una cuestión engorrosa y complicada. En ese entonces, la Israel mítica tenía más posibilidades de existir y los judíos del mundo más necesidad de creer en las bondades de la tierra prometida.
[1] Bemidbar 16, 13
@Ioram Melcer
“Ladrones”
