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@Mira Magen

“El muchacho de la limpieza”

Análisis de la obra

  Este es un cuento realista en el que la autora ilustra cómo el con- flicto palestino-israelí incide en la vida de los individuos, en su forma de actuar y de relacionarse con el otro. Es un relato dramático que describe cómo la narradora, una escritora israelí, intenta por todos los medios construir un “vínculo normal” con el muchacho palestino que emplea, en un contexto de anormalidad signado por la Intifada.

  Todo el relato está expresado en primera persona; es un monólogo de la protagonista dirigido a Amg´ed. Se trata de un muchacho pa-lestino que vive en Cisjordania, en una aldea “ubicada en algún reco-do, entre Yerushalaim y Ramallah”, a quien la narradora contrata pa- ra que realice la limpieza de su departamento. La relación entre am- bos, obviamente, no es simétrica, como ocurre entre cualquier emple-ado y empleador. Pero en particular, es una relación teñida de temor, de desconfianza, de vacilación e inseguridad por parte de la protago- nista. Ella es consciente de que la contratación de un palestino en tiempos en que sus correligionarios “se movilizan para arrojar piedras y bombas molotov” puede resultar riesgosa, y hasta evoca un suceso de la realidad que confirma tal riesgo: un palestino acuchilló a su patrón judío en la zona industrial de Shoafat. Además, quienes la rode- an intentan persuadirla con los conocidos clichés: “¿No tienes qué ha-cer en la vida?”. “¿No los conoces?”. “Hoy te sonríe y mañana sacará un cuchillo…”. “Llevan en su sangre eso de morder la mano del que les da de comer…”, clichés que hablan a las claras de los prejuicios que se generan en el seno de la sociedad cuando se vive en permanente tensión.

  El trabajo de limpieza por hora no es un trabajo calificado en ningu-na parte del mundo. No es necesario haber estudiado para hacerlo y generalmente es una tarea reservada a las mujeres y a los estudiantes universitarios. En los tiempos previos al estallido de la primera Intifada, era habitual que muchos palestinos ingresaran a Israel a trabajar y se emplearan en tareas no calificadas como tareas de limpieza, construc-ción, gastronomía, etc. Cuando estalló el conflicto, en el año 1986, por cuestiones de seguridad este flujo de ingreso se interrumpió. La mano de obra palestina fue reemplazada mayormente por trabajadores ex-tranjeros.  A la luz de este contexto se puede entender cuán inusual y osada es la actitud de la narradora al emplear a Amg´ed y cuánto se sorprende al escuchar los honorarios que él pretende cobrar: “No pue-de aspirar a tanto alguien cuyas posibilidades de hallar trabajo, en días de locura como estos, ascienden a cero”. Queda claro que sus po-sibilidades son nulas, no por el hecho de no ser calificado sino por los “días de locura” que se viven en la región ¡a causa de la Intifada!

  La dueña de casa describe con detalle ese primer día en el que
Amg´ed. llegó a su casa. A pesar de que “las noticias que se escu-chaban de fondo eran malas para ambos: ustedes estaban en el clí-max de la Intifada, nosotros tratábamos de entender de dónde nos había caído eso encima”, ella lo invita a pasar, trata de ser amable con él para no provocar en él ninguna reacción agresiva y hace lo imposible por no demostrar que tiene miedo. Este miedo se trasluce tanto en sus actitudes como en sus pensamientos: “vestías ropa de verano… era fácil comprobar que no tenías un cuchillo encima”.

  Finalmente, a contramano de sus temores, de las advertencias de sus parientes y amigos y de las noticias, ella lo emplea. Tres años pasaron desde aquel día. Y a pesar del tiempo transcurrido, aún no logró esta-blecer con él un diálogo “como dos personas, como dos individuos del género humano que no representan a ningún pueblo, a ningún Dios, a ninguna historia”.  La relación empieza y muere en una conversación vacía en la que ella le pregunta “¿cómo estás?”, y él responde un “todo bien”. Ante esta situación la protagonista se manifiesta molesta; sin em-bargo, podríamos preguntarnos si hace lo suficiente para promover ese diálogo; tal vez el miedo la paraliza…  

  El final del cuento abre una pequeña ventanita a la esperanza, a que finalmente el camino entre ambos se allane y la relación “se hu- manice”: Amg´ed se siente lo suficientemente cómodo en esa casa co-mo para abrir el refrigerador y tomar un durazno.

  Podemos relacionar este gesto de la vida cotidiana con la última estrofa del poema de Yehuda Amijai “Un pastor árabe busca a una cabra en el Monte Tzion”, en la que dice: “La búsqueda de una cabra o de un hijo / ha sido siempre / el comienzo de una nueva religión en estas montañas”. Es decir, el único camino posible para conseguir la paz es buscar lo que ambas partes tienen en común y convivir en el mutuo respeto, compartiendo desde las cosas más simples como pue-de ser un durazno, hasta las vivencias más intensas como implica la búsqueda de un hijo... Es en lo cotidiano, en la relación entre la gente llana y en el tratar de construir un “estado de vida normal” entendien-do que todos somos seres humanos, que se puede lograr lo que no se alcanza por otros caminos. Amijai habla de “una nueva religión”, pero recordemos que en hebreo דת  significa “ley”. Tal vez el poeta, un hom-bre declaradamente laico, se haya referido a una nueva ley, la del diálogo, del conocimiento del otro, del mutuo entendimiento. Solo por esa senda se podrá llegar a una convivencia pacífica en esa tierra.

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