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Análisis de la obra

    En este relato, Yael Israel regresa a los paisajes de su infancia y al hogar de sus padres -oriundos de los países árabes– para examinar una de las festividades judías más celebradas: Pesaj. Todo el relato transcurre en erev Pesaj, en la noche del seder, cuando la narradora era una niña de ocho años.

    En el cuento, se describe minuciosamente el menú del seder en el que se mezcla la tradición ashkenazí (los kneidalaj preparados sin mucho éxito) con los manjares de la mesa sefardí (carnes y pescados con salsa ácida, sesos fritos, arroz, habas, papas, albóndigas y pulmo-nes de pollo). Un intenso despliegue de sabores y colores variados. Encontramos, además, otros elementos tradicionales de Pesaj: el jaro-set, la matzá (shmurá), las hierbas amargas, la pata asada (zróa), la cabeza de pescado, las cuatro preguntas y, como motivo central del cuento, la figura del profeta Eliahu.

    El seder toma un cauce inesperado cuando suena un débil golpe en la puerta, que solo la narradora escucha. Lo primero que ella piensa es que podría ser Eliahu Hanaví, para quien, siguiendo la tra-dición, en la mesa del seder siempre se guarda una silla vacía y una copa de vino. Sin embargo, el hombre parado en la puerta que solo hablaba francés no resulta ser el profeta sino un inmigrante marroquí recién llegado a Israel. 

    La familia recibe al hombre con calidez. Le hacen preguntas con los pocos conocimientos que tienen del “idioma de los que beben champagne y comen caracoles”, y en otras lenguas, que cada uno conoce, como el ladino y el inglés. Le sirven cada uno de los manja-res preparados para el seder y lo incluyen en la conversación hacién-dolo sentir como un integrante de la familia.

  La niña manifiesta su desilusión porque ese hombre no es Eliahu Hanaví, sino uno más como ellos, judíos comunes y corrientes. Podría-mos preguntarnos, entonces, ¿acaso alguien sabe realmente cómo se ve el profeta? ¿Acaso no podría tener la imagen de un judío más, co-mún y corriente…?

    Uno de los primeros textos que nos propone leer y cantar la Haga-dá es A Lajmá Aniá: “Este es el pan de la aflicción que comieron nuestros antepasados en la tierra de Mitzraim. Que entren y coman todos aquellos que padecen hambre. Que vengan a celebrar Pesaj todos los necesitados[1]. El recién llegado les permitió a los integrantes de esta familia llevar a la práctica el mensaje del A Lajmá Aniá. No solamente recibieron al extranjero con calidez y lo incluyeron en la celebración de seder, sino que también le dieron de comer y hasta le proporcionaron una cama para que pasara la noche bajo su techo, “porque en realidad, ¿adónde iría a la medianoche de erev Pesaj?”. 

 

 

[1] Esta invitación a los pobres y a los extranjeros está expresada en arameo, el idioma que hablaban los judíos en la época talmúdica, para que fuera entendida por todos.

@Yael Israel

“El extranjero”

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