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@Alon Hilu

“Tan lejos como sea posible”(1)

  Hola, espero que esta sea la dirección correcta de correo electró-nico, el signo de arroba en la nota que tu mamá me dio no está muy claro y cubre un poco las letras siguientes y no soy un experto en estos asuntos de Internet, que ya me han causado muchos problemas y, además, me pregunto cuál debe ser el encabezado apropiado (¿Querido Nadav? ¿Nadavile? ¿Nudavi? ¡Cualquier forma debe parecer ridícula a la generación más joven!).

  De cualquier modo, tu mamá me dijo que entrarás al ejército pron-to (¡espero que no todavía! La nota tiene dos semanas) y que estás un poco inquieto y triste y preocupado por el futuro y puedes necesitar una llamada o algunas palabras de ánimo.

  Bueno, aquí estoy escribiéndote para enviarte un montón de apoyo y de aliento y de consuelo y de todo lo que quieras recibir y espero que sea bueno el período venidero (“Que tengas un servicio fácil”, se decía en mi época) y me disculpo por anticipado porque no podré visitarte en la base y no podré enviarte un paquete con galletas cu-biertas de chocolate. En unas pocas horas estaré en el extranjero, así que todo lo mejor, te mando recuerdos y deseo tu felicidad y tu ale-gría.

        Con cariño,

                        tu tío Mijael.

 

(Cuatro días más tarde)

 

  Hola tío Mijael.

  Acabo de encender la computadora de papá y de pronto encontré tu correo electrónico y no supe si reír o llorar. Cómo es que cierta gente toma un taxi al aeropuerto Ben Gurión, despega y vuela de este pozo de mierda, mientras otros saldrán de la cama mañana, do-mingo, antes de que el sol le haga cosquillas en su trasero, se pon-drán estas botas negras apestosas, subirán al ómnibus que los lleva a la estación central y luego otro ómnibus y luego harán dedo hasta el campamento de entrenamiento.

  No quiero decirle nada a mamá, porque no entendería, o se estre-saría, pero lo que sucede es que la peor cosa imaginable me pasó, todo sobre lo que estaba advertido me estalló en el rostro, todo lo que me preocupó por meses antes de entrar al ejército me pasó y, en confianza, te cuento que he deseado morir desde hace algún tiempo, porque en el pelotón al que pertenezco hay un soldado al que abofetean todos, que todos llaman tonto, despistado, de quien todos se burlan y hacen fila para verlo caer. Ese soldado soy yo. Yo sabía que en cada generación de reclutas hay uno que se lleva la peor parte, que es destrozado, pero ni en mis peores sueños imaginé que yo mismo asumiría ese jodido papel.

  Todo empezó en la base de reclutamiento. Cuando fuimos por los uniformes verdes, los pantalones de fajina, los suéteres, las boinas, nos cambiamos y súbitamente dejamos de ser graduados de escuela se-cundaria después de rendir un examen de literatura y chicos que pe-gan chicle debajo de sus asientos, para transformarnos en jóvenes soldados luciendo todos igual, apestando al olor de la base. Empecé a sentirme perdido, como si todo lo que hubiese logrado en mi vida hasta ese día, todas mis calificaciones sobresalientes, todas las chicas que han coqueteado conmigo, todo el amor de mi madre, todas mis grandes ambiciones, todo se hubiese desvanecido de un plumazo.

  Solo puedo describir el tiempo que ha pasado desde entonces con una palabra: infierno.

  No porque de verdad haya sido arrojado dentro de lava ardiente y no porque nadie me abriera la cabeza con la culata de un rifle M-16, sino por lo que estoy pasando, cómo el cerebro es masticado y dige-rido aquí y por la manera en que comencé a creer lo que dicen de mí, que estoy jodido, que nací sin idea de nada, que este es mi papel en la vida y que ahora, en el entrenamiento básico, estoy por fin per-diendo el patético y ridículo disfraz con el que andaba por ahí y es-toy descubriendo mi verdadero ser.

  Lo peor y más horrible de todo es que la situación se pone más as-querosa cada día. Porque no solo están esos cabrones neandertales acosándome, sino que también están los chicos comunes, aquellos que pudieron haber sido mis mejores amigos en otro tiempo, están también contaminados por esta suciedad y se unen al círculo de bur-las, en medio de una gran sensación de alivio de que soy yo y no e-llos, de que el papel de muchacho apaleado está representado exi-tosamente por este soldado flaco y con lentes, y por eso ellos saldrán ilesos.

  Tío Mijael, estoy escribiéndote esta carta sin leerla, solo desde el co-razón, sin censura, pero siento que he vertido mucha mierda sobre ti y perdóname por eso. No tengo a nadie para hablar de estas cosas. Mis padres no entenderían y no tengo todavía una novia sobre quien descansar mi cabeza y estallar en llanto.

  Como sea, estaré bien. Por favor, no le digas nada de esto a mi mamá, se moriría de temor y de pena. La conoces.

                                                                        Nadav.

(1) Fragmento. Ën Yediot Sfarim, 2012

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